Page 128 - CATALOGO MIGUEL ZELADA_2020_FLIP
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acogedor, de un refugio tras las singladuras marinas.. También de 1976 es Pesquero navegando, en el que deja traslucir la
            odisea del mar y de sus marineros con el embate de las agitadas olas que inclinan el navío

            Hay paisajes de la ciudad, de los alrededores de A Coruña, de El Escorial, y  de León, de Taormina, del Valle de los Templos
            en Sicilia, del Camino de Santiago y de las inmensidades del mar Y en todos ellos se siente latir la gracia luminosa de un
            momento irrepetible. Esto es lo que está presente en el óleo El Parrote, de 1990, en el que recoge este emblemático rincón
            de nuestra ciudad, con los azules veleros y sus mástiles sirviendo de cortina a las sugeridas fachadas del fondo,  pero la ver-
            dadera protagonista es la reverberante luz que pone ambarinos y zigzagueantes reflejos en las atlánticas aguas, mientras
            acuna un ensueño de anheladas singladuras.  También está presente esa alma marinera de A Coruña,  en la obra de 1994
            La lancha de Santa Cristina. que rezuma  evocadora nostalgia de un tiempo, que ya parece remoto, en el que el transporte
            a la playa  se hacía en barco; aún se siente palpitar el júbilo popular y tanto la proa de la embarcación como las fachadas
            de La Marina vibran con planos de dorada luz ,que parece emular el color de la arena, se diría que estuviesen anticipando
            el dionisíaco disfrute que espera a los apiñados pasajeros.
            Un cuadro que ejemplifica claramente la voluntad de síntesis selectiva y de captación de lo esencial  es “ La Herrería”, de
            1984, una vista del monasterio de El Escorial escondido tras la fronda, en el que las formas de los árboles y de la arquitec-
            tura se funden en un diálogo de volúmenes esféricos y rectangulares, con las tonalidades verde esmeralda de las copas
            arropando  los variados azules del edificio, de la montaña y de la lejanía; un toque de calidez  de ocre rosáceo en el suelo y
            en algunos puntos del edificio, crean la ajustada complementariedad cromática. Esto se llama  sabiduría plástica.
            Alta sabiduría plástica es la que encontramos también en otra vista de 1999 del Monasterio de El Escorial, desde Los Arro-
            yos. La visión ha cambiado, la luz y los colores también, lo que demuestra que el motivo puede abordarse de mil maneras y
            que puede ser sólo un pretexto para encauzar una emocionada visón. La arquitectura de El Escorial, de tonos ocre y pizarra,
            aparece encajada entre las brunas  y sombrías montañas del fondo, que van coronadas por una alargada banda de luz ocre,
            y el espeso boscaje rojizo del primer plano, ante el cual - y en contrapunto con el fondo-  se yerguen pequeños arbolillos del
            mismo tono tierra sombra de la montaña. El conjunto exhala una cálida y serena armonía que transmite la mística contem-
            plativa de este lugar. Y demuestra sobradamente la capacidad de Zelada para sentir y captar el alma del paraje.

             Aún hay una tercera visión de El Escorial, de 2006, con los campos y montes que lo rodean sometidos a su particular mate-
            mática cubista de planos y líneas quebradas, pero que no prescinde de la perspectiva. Armonía cromática, como es habitual
            en él, en este caso de tonos grisáceos y tierra-rojiza, de baja saturación, lo que crea una sensación de envolvente tibieza
            otoñal
            “Corna”, paisaje de 1992, es otro feliz ejemplo de síntesis de formas y de ajustado cromatismo, en el que el cálido puzzle
            amarillo-anaranjado de los campos  que invaden el primer plano y el rojo de los tejados de la aldea se atemperan con el
            oscuro verde-azulado de las montañas del fondo, que parecen acoger amorosamente el núcleo urbano, Blancas fachadas
            y un serpenteante camino blanco ponen puntos de luminosa vida en el conjunto, que trae idílicas resonancias.

            Un halo de misterio y de romanticismo, que se dijera escenario propicio para  Jane Eyre, emana de su obra de 1998 “Villa
            Concepción-noche”,  en la que pinta una imponente  mansión modernista que perteneció la los antepasados de su mujer
            y que en si misma transmite mudas historias, con sus luces y sus sombras. Las luces, de un intenso dorado, se proyectan
            sobre el porche y las arcadas, el resto del edificio sólo recibe algunos reflejos sobre su impresionante masa de oscuros
            grises. La casa aparece vista desde un ángulo, encajada en escorzo hacia un fondo de altos árboles negros y una esquina
            de cielo marrón, lo que acentúa su solemne y sobrecogedora presencia. Y una vez más, el pintor deja en cada pincelada un



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