Page 127 - CATALOGO MIGUEL ZELADA_2020_FLIP
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TEXTOS EN CASTELLANO
lidades de violáceo-rojizos y amarillo-verdosos, para crear una estancia que rezuma calma y gozo idílico. Hay otro Interior
del año 2000 que, a través de una mesa redonda, convertida en un círculo dorado, gracias a la luz que desciende de una
lámpara, y tres banquetas que la rodean, habla, por ausencia, de encuentros e intimidades
De 2002 es Interior con silla roja, un óleo que está en las antípodas de la obra anterior y que muestra esa enorme ductilidad
suya para expresarse de diferentes modos plásticos. Los objetos son ahora los protagonistas y hablan de confort, incluso
de lujo y desde luego, de hogareño disfrute, de intimidad y de tácitas huellas humanas que concentran su evocadora y
cordial calidez en la silla roja isabelina . Ante esta estupenda obra nos vienen a la memoria los versos de Baudelaire,
admirado ante un interior holandés: “ Lá tout n´est qu´ordre et beauté, luxe, calme et volupté” ( Allí todo es orden belleza,
lujo, calma y voluptuosidad”)`. El cuadro La silla, de 2006, a la que pinta solitaria, pegada a una pared azul, asentada sobre
un suelo de baldosas de quebrada geometría y que muestra la arquitectura de sus patas un tanto dislocada, parece que nos
transmitiese la idea de la frágil estabilidad de las cosas humanas y que nos llevase a la pregunta ¿ quién se sentaría sobre
ella sin miedo a caerse?; su misma desnuda y aparente sencillez la convierten en una obra de gran carga ontológica que
define un espacio a la espera.
Otros
Hay una serie de obras en las que se sale de sus habituales temas o aborda la figura humana de un modo distinto al del
retrato..Entre estas están Lavandera (1976), Desnudo ( 1979), Mariscadoras, (1990), Los comedores de patatas (1990), La
siesta( 1993), Tres jóvenes ( 1992) En el bar (1993) y las de tema taurino: Manoletina, Hasta la bola y Banderillas ( estas tres
últimas realizadas en 2016 para una exposición, al alimón con Marcial Ortiz, en la Plaza de Toros de Las ventas de Madrid,
en homenaje al arte del toreo) De nuevo descubrimos aquí esa su proverbial ductilidad para adaptar al motivo la resolución
plástica. El esfuerzo y la atmósfera de trabajo destaca en las inclinadas figuras de Lavandera y Mariscadoras; la pobreza
puede sentirse en las escuálidas figuras de tonos tierra de Los Comedores de patatas; el espeso y cálido aire de taberna,
típicamente gallego, está presente En el bar. En cambio, la fiesta de los toros, a la que es aficionado ( fue amigo de Paquirri),
la aborda con luminosas acuarelas que destacan el sentido ritual de la fiesta, que tiene en las rítmicas geometrías de Ma-
noletina su más alta expresión. En Tres jóvenes hace un relato de tres actitudes que parecen revelar incomunicación: la de
la música que toca la guitarra, la de la muchacha que está de pie, a su lado, quizá ajena a lo que suena y la de la chica del
fondo que parece concentrarse en una llamada telefónica
Los paisajes
Es en este capítulo en el que su pintura alcanza los más altos y variados acentos expresivos, pues, sobre todo en los paisa-
jes de la naturaleza, parece despertarse en él un geórgico sentir, un lado idílico y el cromatismo se hace música de infinitas
tonalidades. Zelada siente el paisaje, se conecta con su alma y le aflora sin duda ese animismo celta-galaico que le lleva
a la comunión con el espíritu del lugar, al que los latinos llamaron genius loci. El paisaje, que fue el gran descubrimiento
de los románticos y la pasión de la luz de los impresionistas ( aunque luego minimizado por ciertas tendencias posteriores),
encuentra en él nuevas y vibrantes maneras, un tanto en la línea de la síntesis selectiva de Cezanne, de cuya fuente ha be-
bido sin duda. También, en algunos casos, compone a la manera cubista o simplemente geometrizante, como es el caso de
“Cudillero”, una excelente obra de 1976 en la que hace una precisa composición ortogonal de luminosos planos de barcas
y pueblo, envueltos o recogidos entre reposadas sombras siena; todo el conjunto transmite la gozosa atracción de un seno
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