Page 126 - CATALOGO MIGUEL ZELADA_2020_FLIP
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contornos que parece revelar a una persona discreta y silenciosa que se funde calladamente con el entorno, mientras las
            cuencas negras de sus ojos se adentran hacia íntimas profundidades.

            A su amigo, Javier Ozores, lo pinta  en 1984 sentado medio encogido en un cálido rincón, con gafas y fumando y con aire de
            timidez, como si quisiera pasar desapercibido acogiéndose a la intimidad del hogar. Del  mismo año es El abuelo, retrato de
            su abuelo paterno, una obra de gran complejidad compositiva, que encierra además el simbolismo del tiempo, pues opone la
            espléndida figura central de un joven señor que avanza vestido elegantemente de etiqueta, junto al que hay un despiezado
            reloj de bolsillo, a dos versiones de su rostro en los que aparece ya anciano.
             Enigmático y valiente retrato el de su hermano Jaime Zelada, de 1985, en el que los ojos se reducen a dos líneas inclinadas
            y la boca es otra tensa línea apretada bajo el bigote; se trasluce en todo él  un sentir de honda preocupación y de un cierto
            patetismo, que acentúan los vivos contrastes de rojo y verde complementarios, en una resolución plástica que nos recuerda
            a Gauguin Excepcional es sin duda la obra” Mi padre”, de 1994, donde la figura paterna,  que fue una auténtica lumbrera y
            que tuvo tantos cargos importantes, aparece ahora sentado y solitario en el verde escenario de un  jardín, como perdido en
            cavilaciones y  con el aire frágil de un niño  En ambos casos, se percibe esa profunda empatía y esa compenetración  cordial
            con la figura del retratado. El retrato de su hijo Miguel, de 2002, abunda en lo mismo: nos devuelve un joven de configuración
            atlética, pero de rostro pensativo, ensimismado. Y es curioso constatar que todos sus retratos, al menos los que nosotros
            conocemos, están marcados por la seriedad.
             Retrato familiar, de 1987, es una excelente obra, en la que prima la cuidada composición de aristados planos geométricos
            en escorzo, y la delicadeza de la entonación de grises perlinos, esfumados azules y suaves rosas. La figura de su hija mayor
            Sara llena el primer plano, tras ella se sitúa el padre  y los otros hijos aparecen al fondo como un angélica y blanca aparición

            De 1990 es el Retrato de Beatriz Puga, a la que pinta sentada, envuelta en  cálidos tonos tierra rosáceos , que transmiten
            la idea de una persona acogedora y cortés, con su tinte de irónica expectativa en el rostro.De 2007 es el Retrato de Jorge
            Riveiro, una sólida figura sentada, de rostro que revela bondad  y cuyas poderosas manos se cruzan sobre  el hueco que
            dejan sus piernas abiertas, como diciendo “ aquí estoy”

             Con Lucía niña, una obra de 2005, se cierra de un modo espléndido este viaje por sus retratos. La amorosa pincelada de
            Miguel busca transmitir toda la dulzura, la inocencia y la belleza de esta criatura, a la que  pinta enmarcada en un interior,
            vestida de blanco y azul, contra un cálido fondo anaranjado-rojizo que parece ser el habitáculo perfecto para el despertar
            a las ideales ensoñaciones, que son también las de la paleta emocionada del abuelo artista.



            Interiores
             Hay una poética del espacio que encuentra en la inspiración de nuestro pintor acentos conmovedores y que tuvo un gran
            protagonismo en su muestra de Atlántica de 1996. Aquí son pocos los ejemplos, pero suficientes para revelar , tanto su ex-
            traordinaria capacidad para la síntesis compositiva, como para recoger la gozosa y entrañable atmósfera de la vida a través
            de los objetos. Ya señalamos, en Lucía niña, la importancia del espacio arropador. Lo que vemos en  “Interior con dos figu-
            ras” ,de 1990, es que la factura cubista, convierte sofá y ventanales en un agitado lugar de encuentro. Pero en otro Interior
            de 2002 asistimos a un cubismo más sosegado, en el que representa, en perspectiva clásica, una luminosa estancia rodeada
            de amplios ventanales que habla, por ausencia, de encuentros y conversaciones gozosas; novedoso es, pues no aparece
            antes en su quehacer, el puntillismo que aplica  a la naturaleza y los árboles del fondo. Esta obra, realizada en la técnica de
            la acuarela, revela una delicada armonía compositiva de planos luminosos, cuyas  aguadas se resuelven en perfectas tona-


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